POESIA HISTORICA
RICARDO GARCÍA TREVIÑO
Narra la tradición mexicana, que en la misma palma de la mano de Dios, para el regocijo; consuelo y alegría de un pueblo bien amado, para gloria de su nombre, hace un bello tiempo pasado, en el cerro del Tepeyac, en la hermosa Tenochtitlán, diez años después de haber sido conquistada, entre la sangre y el vino; la espada y el evangelio, caminaba entre un monte despejado, caminos desolados y poblados en la miseria, un indio de nombre CUAHTLATUATZIN, llamado JUAN DIEGO, por el bien de su fe.
El fin del viaje era Tenochtitlán-Tlaltelolco y llevaba prisa, le urgía la salud de su tío. Sus correrías lo llevaban al lugar de los pudientes; de los ricos, al lugar de la sede imperial, porque este suelo, también fue lugar de imperios nacidos, es cuando aparece en el firmamento, al pie de la roca del bendito cerro, la GRAN SEÑORA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE, arrebatándole a la eternidad las palabras sostenidas por ángeles, en los umbrales de la gloria, “sabes lo que tengo por cierto hijo mío el más pequeño”.
La Tilma o el manto de la santísima VIRGEN DE GUADALUPE, al más incrédulo ha dejado estupefacto, la musicalización de sus tonos, hace vibrar a los ángeles en él cielo, donde el vivo colorido de sus colores, es el llamado de la gloria en la tierra, multiformes y armónicos, en sintonía con el universo entero.
El atentado con dinamita solo sirvió para romperle el hocico al diablo, ninguno de sus telares sufrió daño alguno, por ello MÉXICO entero se arrodilla ante la reina de las Américas.
Sus ojos; tristes y con mirada amorosa, recoge los sufrimientos de quien le busca y la venera, cuando aquel ramillete de flores se perpetuo en el alma del pueblo indígena, como legado a una nueva civilización.