LA EMBOSCADA DEL DIABLO

CUENTO

RICARDO GARCÍA TREVIÑO

Tenían tiempo de no verse, a pesar de que eran hermanos. Ambos habían nacido en Montemorelos, Nuevo León, México. Físicamente; totalmente desiguales. Servando Nicanor, alto, uno ochenta y siete de estatura. Fornido, harto pelo en su pecho, mirada de pocos amigos, duro en el trato, un galán de rancherías, de esos que les cuesta trabajo subir a la ciudad, ya que en sus correrias, parcelas y rancherias, se sentía más seguro ¡allí era el rey, respetado y temido! No creía en Dios, ni todo lo que se le pareciera, era el mismísimo satanás, sin cuernos, ni cola, aunque la gente de los poblados, la de los caseríos; caminos y veredas alejadas, decían entre murmullo, que lo veían adorar al diablo, en las cuevas de las cercanías. Nadie lo quería, y eso a Servando Nicanor, le importaba muy poco. Disfrutaba con quienes le odiaban, pero más disfrutaba de quienes le temían. Fiel discípulo del diablo, que es como le llamaban; el diablo.

José Salvador, todo lo contrario a su hermano mayor; un año y medio, la diferencia de edades, pero como si hubiesen nacido en dos épocas diferentes; de madre y padre distintos. Por no ser que la mamá les había heredado rasgos suyos y de su papá, la gente se hubiese encargado de lo demás. En el norte, en los pueblos pequeños, los chismes se encargan de hacer los días pasaderos, y en más de las veces, en placenteros, por el morbo de destrozar el buen nombre de alguien.

montemorelos

José Salvador, medía una sesenta de estatura. Delgado, lleno de pelo como su hermano, bien ganado el mote de la “ardilla”. A Servando Nicanor, le apodaban el diablo.
Sus padres ya habían muerto y les dejaron de herencia, la casa donde vivieron, a la orilla de una carretera; la nacional, la importante de la región. La casona estaba de fiesta, Servando Nicanor, cumplía años. Cincuenta cuatro, y veinte años de no ver a su hermano, a José Salvador.

Desde que José Salvador, la “ardilla” se fue a vivir a los Ángeles, no se habían vuelto a ver. Las maltratadas que Servando Nicanor, el “diablo”, le daba a la “ardilla”, todas de pronósticos reservados, la envidia y el recelo, el coraje y el odio, hacían que no había día, que no le encontrara el «diablo» a la «ardilla», un defectito que reclamarle, para aplastarle la nariz, y patearle el tracero, cuantas veces quería.
José Salvador, la “ardilla”, así creció, hasta el bendito día que se fue de mojado, no tanto para buscar nuevos derroteros, sino para alejarse del mismísimo diablo. La ciudad de los Ángeles, fue la que le dio albergue, no llegó allí, porque la haya escogido, sino porque el coyote que le toco, lo puso en un camión, que accidentalmente fue donde lo dejó. Cosa de Dios, y la santísima Virgen María, sus ángeles custodios, hicieron una buena labor.

La casona, recien reparada; reconstruida, lucia pletórica, de fiesta, paredes recién pintadas; de blanco, el “diablo”, como le gustaba que le llamaran, quería demostrarle a la “ardilla”, su hermano menor, que las maltratadas formaban parte del olvido.
Hermano, como te extrañé, veinte años sin verte, como si hubiese sido ayer, le digo Servando Nicanor, el «diablo» a José Salvador, la «ardilla». Lo abrazo y le dio un beso en la mejilla. José Salvador, se sorprendió, su hermano, el que siempre lo golpeaba, ahora le daba un abrazo. No pudo hablar, solo contesto el abrazo y se le salieron las lágrimas. A su hermano si lo había tocado la mano santa de la Virgen María, un milagro frente a sus ojos, al menos eso fue lo que creyó. C O N T I N U A R A.

Comentarios están Cerrados.