EL VIEJO Y SU BANCA. TERCERA PARTE

CUENTO

RICARDO GARCÍA TREVIÑO

Los pasos al caminar del viejo, cada vez son más lentos, cada día le pesan en su andar, aun así no pierde el ánimo, ni el buen sentido del humor, y viene a su memoria aquellos días de cuando hablaba por teléfono a España, a Madrid, con su madre, después de la guerra civil española y antes de la segunda guerra mundial… “Bueno; Bueno, bueno, no te escucho, habla más alto, no te oigo, no se escucha, escríbeme. Bueno; bueno, bueno no se oye nada, operadora no se escucha nada, bueno… escríbeme, por favor escríbeme, y colgaba el teléfono”.
Suelta la carcajada.-el viejo.-hace hincapié que no se platicaba y que solo se escuchaba el entrecortar de las ondas interrumpidas por el oleaje de los océanos, que caro salía la llamada. Primero había que esperar que la telefonista enlazara la conversación, y luego aguantar su humor negro, que la mayoría de las veces, daba la impresión que quien hacía la interconexión, era el dueño de la compañía telefónica. Déspotas, poseedores de todos los record de despótica, ya que el trato, en más de las veces, era muy duro, pero la ilusión de sentir cerca mi madre, era suficiente. Los recuerdos abrazaba su vivir y la banca donde se sentaba, era la testigo del recordar de sus vivencias.abuelo luz y flama

En sus diálogos, del viejo y su banca, el memorar, que de vez en cuando tocaba los linderos de su memoria, era el de la guerra civil española, imborrable aquella escena de fanatismo donde unos republicanos afines y a las ordenes de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, disparaban en fusilamiento a un monumento de Jesucristo. Muchos sacerdotes fueron ejecutados, el odio engendrado por las ideologías, es igual o mayor, al creado por las pasiones de dos enamorados y el intruso, que se atreve a fastidiarlos, el aniquilamiento es el fin de la tragedia. En España fueron asesinados tres mil cuatrocientos sacerdotes católicos y religiosas.

Igual.-Guerra civil española.-no se olvidaba de aquellos momentos, que estando en su casa, cuando su padre ya había muerto, repentinamente en una incierta madrugada, una gavilla de hombres armados, toco la puerta donde vivían, para buscar a personas del bando de los nacionales, a la vez robar lo que pudieran, principalmente objeto de oro, que les servía para enviarlo a Rusia, a cambio de armas; pertrechos y voluntarios del sueño comunista. La guerra civil española, en todo su apogeo.

Su madre, en forma enérgica los enfrento, diciéndoles en voz retadora; fuerte y frontal… “mi esposo, que ya murió, fue español, y yo soy mexicana, las personas que buscan no están aquí, si estuviesen no se los diría, y oro no tengo, si tuviese lo usaría para darles de comer a mis hijos, que por cierto lo que ustedes nos dan, a través de las cartillas, no completamos”.
Mi madre fue valiente, como ninguna, el viejo le decía a su fiel compañera la banca. La tierra mexicana, regada con sangre de sudor y lagrima, la habían convertido en una leona, cuidando a sus cachorros. Para ella, el aborto «legalizado», no solo era un asesinato, sino una barbarie

Aquella mañana, de un otoño brillante y contrastante con el verano recien salido, el viejo sale a su banca, observando lo primero con que se topan sus ojos, es el nido de golondrinas que merodean el frente de su casa. En las farolas, de una luz que hace años no se enciende. Desde que murió su querida esposa, que solo él sabe cuanto la extraña; él y su banca, nadie más. Busca en el nido de las golondrinas el sonido del aletear de sus alas. No las ve , ni las escucha, las golondrinas se han ido, se han marchado, su cantico y su desecho, de lo poco que comen, se fueron a buscar otro lugar, no hay despedidas, no hay lagrimas, no hay melancolías, la sabiduría del viejo, está por encima de eso. Las golondrinas lo acompañaron la mayor parte de los días del año, y inesperadamente se han ido; se marcharón.
Repentinamente el viejo ahora recuerda, que entre sueños, esa misma noche, una parvada de golondrinas se arremolinaban en su ventana, con algarabía y harto desasosiego, y escucho, que una que otra, le hablaba; charlaba, se comunicaba, eran las más viejas de todas las golondrinas, las adultas, las de la cuarta edad, las que ya no iban a regresar, y lo sabían, en el sueño, el viejo les preguntaba, que quien les decía que ya no se iba a volver a verlas. Dios, nos habló al oído, le digo la más anciana de todas, no volveremos a verte en estos entre espacios y en estos entre tiempos, ya te veremos en otras latitudes, cuando el sol ya no amanezca para ti, falta tiempo, la hora nada más DIOS, lo sabe. Adiós, adiós, adiós, y volando se perdieron en el silencio de la madrugada.

Las golondrinas volverán, no esas, la que se amontonaron en su ventana, esas ya no volverán, vendrán otras, como lo han hecho años atrás, las que se arremolinaban en la ventana, esas ya no volverán. CONTINUARA

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