POESÍA.
RICARDO GARCIA TREVIÑO.
Desde niña fue hermosa, desde de niña sus ojos verdes y llenos de vida, parpadeaban ante cualquier rechinar de un viejo divan, no era por miedo, era porque su mundo no pertenecía al ruido y al estruendo, al rayo y a la noche obscura, su universo era el arco iris, una suave llovizna por la mañana y cálido atardecer cerca de la noche; noche estrellada llena de amores y cánticos.
Asi crecio, su padre no la vio crecer, fue su madre un roble entre la selva, la que le enseñó el camino de la vida, tan libre como un águila y tan noble como una paloma blanca que gustaba cruzar el horizonte en busca de aventura, cual un día cruzó los mares y los océanos y se acurruco lejos de su madre, que la amaba con toda su alma, en una amor correspondido; única, inseparable a pesar de la distancia, amor de amores que se ríen y carcajean de lo distante.
Un dia, el menos pensado de todos; todo cambió, su madre, su amiga, sus amor de todos sus amores, decayó y repentinamente enfermo y solo ella y su remedo lo sabían, los dioses y el Dios eterno, había anticipado su partida y se lo digo, hija mía debo de partir, cual ya te enseñe a vivir y si me has de llorar, llora pero ríe a la vez para poder estar yo en paz ya que en el universo que avizoro la muerte no existe; existe la vida eterna envuelta de una eterna primavera. ADIOS; ADIOS, ADIOS.
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