Archivos de marzo 15th, 2020 | Página de los Archivos del Día

ENCUENTROS EN NOCHES INVISIBLES.

domingo, marzo 15th, 2020

CUENTO.

RICARDO GARCÍA TREVIÑO.

Edith, no era una mujer de corte ordinario, ha sido distinguida en todas las etapas de los caminos que ha transitados; si transitados en cuántas vidas ha estado, donde ha dejado huella aun cuando sus pies no tocan tierra para dejar la huella del pasar con alegrías y tristezas; llantos y quimeras, de  todos los mundo donde su inquieto espíritu reclama lugar para sentir sus ansias de vivir; si vivir en un mundo que no tiene principio y final, solo el encuentro de las noche invisibles; aquellas noches de misteriosa quietud donde los grandes maestros no conoce la materia en carne de sus atávicos antepasados, paradojas; inexplicable paradojas, se diría  con exacta exactitud, misteriosa y secreta paradoja, aquella reservada a personas que como Edith, enamora todo aquello que tiene contacto con su aureola de pasaje permanente, rara envoltura de mujer “moderna”, en su tiempos sin tiempos de su caminar indestructible. Viajar sin ser vista, sin ser palpada por mano alguna, respirar; sin respirar siquiera, como una gota de agua que bajan del cielo y vuelven a subir envuelta en brisa que escapan del  mar. No hay  en las noches invisible mujer mas hermosa que la transparencia invisible de Edith, en su edén

Todo le iba bien a Edith, se diría que a sus anchas, ponía y disponía cuanto quisiera y dispusiera, pero un día, de esos días de noches invisibles, cuando merodeaba con su gracia y belleza de mujer hermosa sin principio ni fin, se encontró a un ser; de esos que seres que en su incansable vida, no dejan de guerrear; querer y olvidar, para no detenerse a contemplar el amor  que una noche invisible lo perdió, para quedar sellada en su alma el signo de amar; sin amar. Odiar sin odiar, solo vivir para guerrear y vencer; el ser que Edith, conoció, por destino de los dioses no sabe lo que es perder, por ello en el olimpo de todos los dioses decidieron juntar su destino con el destino de Edith, mujer acostumbrado a ganar todas las partidas de la vida. Volar y volver a volar sobre las inmundicias de los mundos con su aureola de perpetua vencedora, una valentina de todos los mundos, aquel encuentro revoloteo todos los soles; todas las estrellas de las bóvedas celestiales y de aquellas separadas para quienes no entendían el mundo del orden y el respeto a todos las creaciones del universo dadas… los dos se miraron; fijaron sus ojos llenos de Sol y Fuego, el uno sobre el otro, guardaron silencio, de ese silenciar repleto de ruido y altanería de las eternas victorias de las vidas dadas, cual todos los cielos guardaron silencio, aquello trastornar todos los designios de los oráculos de todos los universos. Edith, era su consentida de todos ellos, El, el de todos los respetos de los sacerdotes dados, admirado y odiado a la vez, amado y rechazado, el ser no tenía nombre, solo la Sol y Fuego y la flama de su estadía, aquella iba a ser una contienda, de esas que se dan cada tres mil años.

Todo ello; tal revuelo, llegó al palacio de todo los dioses y reyes, al gran Dios, donde aquello presagia el fin de uno de ellos, quien si dudarlo un momento suspendió ese día y esa noche todos los haberes; dichos y aconteceres de ese día; de esa noche, de ese suceder, de ese acontecer, donde el tiempo suspendió ese encuentro; ese evento, ese suceso; si lo suspendió y solamente quedó el fijo de esas miradas y esos ojos para la eternidad.

Edith, salvó un encuentro, que en la victoria estaba su derrota eterna, su contra parte en Sol y Fuego, se esfumó en busca de otros tres mil años en su venidera vida.