POEMA.
RICARDO GARCIA TREVIÑO.
Cuando empecé a quererte en los días hermosos de ayer.
Tu sonrisa y la mía se cruzaban.
Solo Dios, sabía hacia dónde nos llevaba.
Cincuenta un año hace, que tome tu mano y tu piel.
Fresca, como la frescura de un ayer en eterna primavera.
Tersa, resplandeciente como la cara de tu brillante rostro, dentro de tus bellos ojos verdes; verdes, quietos y amorosos.
Alegre, como el trino de aquel pájaro, que aleteaba frente a
nuestra ventana, cual repentinamente desapareció, quedando el eterno recuerdo de su cantico
Mujer a la que amo porque Dios quiso, que así fuese,
Recuerdas nuestras tardes y anocheceres,
Como olvidar la caída de los rayos del sol,
Aquel obscurecer, con el tenue resplandor
De la luz en los cielos estrellados
Como retamos constantemente a la vida,
Solo Tu mujer de los amores del ayer y de siempre, solo Tu
sabes los retos de mi vida.
Grité cuántas veces quise,
Empuñando mis cinco dedos,
Golpee y me golpearon sin sentir un solo golpe,
Solo tu contemplativo espíritu, apaciguaba los días rebeldes de ayer.
Éramos tu y yo y nuestras ilusiones.
Altivo y alegres paso el tiempo sin darnos cuenta,
Cual la felicidad siempre ha sido nuestra amiga.
Dios nos regaló, tres hijas y un hijo, risas y carcajadas en
nuestro hogar, cuatro nietas y cuatro nietos bajo el árbol
de navidad, más tres hijos del amor filial, esposa mía, eres el
amor del ayer, el amor de hoy y el amor de siempre,
Bendito Dios, Jesucristo y el espíritu santo, por tanta ternura en
las duras batallas de la vida, donde la luz de las estrellas lucen
más cerca, que los rayos del sol, en un amanecer pronto a
obscurecer, en el finito reloj de lo infinito.